La mitad de nuestra vida transcurre de noche, y hay quien piensa que es la mejor mitad, supongo que porque la noche debilita los corazones, no lo se. El caso es que, aquella noche, eramos varias soledades buscandonos. Hay quien dice que la buena gente duerme mejor que la mala gente, lo que pasa es que la mala gente se la pasa bastante mejor cuando está despierta. Y por eso en aquel garito se la estaban pasando tan bien; aunque no estoy muy seguro porque a veces los peores antros a las peores horas estan llenos de la mejor gente. Y yo creo que asi era, porque alli estaba ella, al final de la barra, jodida y radiante, y yo me enamore. Quien no se ha enamorado al pie de una barra?. El caso es que, bueno, trate de raptarla pero fue muy dificil. Lope de Vega dice que el amor tiene facil la entrada y dificil la salida; y a aquel garito debia ocurrirle algo parecido, porque aquella mujer llevaba muchas noches encerrada en aquel bar, y muchos mas dias, cien dias.
Como una luna nueva, como el metro de Madrid, negro como una caries o un septiembre estudiantil, como la certeza de que no sueñas conmigo, negro era aquel bar, donde se esconden los malditos de los amaneceres, de los repartidores de periodicos, de las agujas del sol, del amor del projimo. Alli la encontre. Como un suicida asomado al borde del precipicio, amontonando maldiciones sobre la barra de aluminio. Temblaba en sus ojos el humo de mil cigarros que fumó con un tipo que la habia besado, que la dejó una mañana dormida entre las dunas de su cama, que se fue con otra una madrugada. Asi la encontre. Alguien me contó que llevaba cien dias encerrada en aquel bar, pidiendo fuego o alguna pista que la ayudara a encontrar la luz dentro del laberinto, el mapa donde esta escondido el mar donde arden las promesas, donde solia naufragar.
Cien dias escondiendose del gris cielo de marzo y sus atascos, tragando niebla por la nariz, soñando contigo en los lavabos, jurando no salir con vida, sellando todas las salidas, buscando en un mar de ginebra una playa en la que encallar.
Besó una copa llena de cenizas, me miró, me dio el humo de sus manos, lo fumé. A cambio, yo le conté que la ciudad la estaba esperando, que afuera llovian madreselvas, que se acercaba el verano, que qué iba a ser de nosotros si decidia no venir conmigo, que saliera a desafiar al alba y sus asesinos. Asi le hablé. Sonrió cansada y perdida, se abrió su boca azul, besó de nuevo la copa, se marchó y toda su luz fue devorada por la puerta de servicio, donde mujeres sin alma te empujan al precipicio.
Seran ciento un dias encerrada en la negrura de este bar.
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